Todo un honor y un placer poder degustar uno de tus relatos en este blog.
Espero haber acertado con la secuencia de imágenes que he seleccionado para acompañarlo.
Muchos besos.
PLAZA DE OLAVIDE: EXTERIOR NOCHE
Todas tenemos ya cuarenta, un solo hijo y nos encontramos cada día en el parque, a la salida del colegio. Charo, Helena, Marta y yo, con los críos. Arturo es el único padre que viene, porque trabaja en casa haciendo traducciones. Olavide es una plaza redonda, parece dibujada a mano por un niño. Cuando yo era pequeña, dinamitaron el mercado para construir un aparcamiento subterráneo. Oí decir que el alcalde García Lomas se empeñó en apretar con sus propias manos el detonador para volar por los aires aquel edificio octogonal de ladrillo oscuro, y también uno de los recuerdos de mi infancia. Estoy en el banco con las bolsas del Dia en la mochila de la niña. Paloma y mi hija van y vienen de la fuente trayendo agua en envases de yogur. Charo no para de hablar de Miguel, su marido, que trabaja en una inmobiliaria. Hace rato que he perdido el hilo. Charo no sabe que, por dentro del bolsillo, estoy tocando con los dedos su pasador de pelo. Cada vez que abro y cierro la horquilla, hace clip-clap, y entonces aparece intacta aquella noche de junio de la que nunca hemos hablado. Los niños estaban en un campamento y nos quedamos a cenar solos los mayores. Nos veíamos todos los días desde hacía dos años, en el cole y en el parque, pero era la primera vez que estábamos juntos sin tener que volver la cabeza cada cinco minutos para buscar a una niña, sin mochilas, sin patinetes ni bolsas de plástico cargadas de yogures y jamón de York. Rafa, mi marido, no vino, ni el de Helena; pero Miguel sí, y por supuesto, Arturo, sin María. No sabemos qué hace María, pero nunca aparece. Marta está separada hace un año. Fuimos a un italiano y nos emborrachamos un poco. Cuando volvíamos al barrio, Marta propuso que nos sentáramos en la plaza a "hacer un botellón", como si fuéramos jóvenes. Bajó de su casa una botella de whisky Passport con tapón rellenable. Las niñas ya están de barro hasta las orejas. Da lo mismo; de aquí van directas a la bañera. Marta dice que su ex la llama cada quince minutos con diferentes excusas. Charo le explica que eso es porque se niega a aceptar la realidad, como todos los hombres. Las niñas se han sentado en círculo, con Benito y Lucas, al ladeo de una papelera. Están jugando a uno de esos juegos que se inventan ellos, con sus reglas misteriosas, jamás enunciadas, pero irrevocables y que obedecen con seriedad absoluta. Al final, siempre acaban peleándose y alguno se hace daño. ¿Pensará Charo que las mujeres sí nos resignamos a aceptar la realidad? ¿Se acordará del pasador de pelo? Lo aprieto contra mi muslo, clip-clap, como un interruptor, como si apagara por fin la luz, como si así pudiera hacer volar por los aires el parque, el baño de la niña, las bolsas de la compra y la cara de Rafa, que siempre llega cansado a casa, que se pone las "zapas", como dice él, y se toma un botellín mientras yo preparo la cena; Rafa, que luego me acaricia con los ojos cerrados, Quizás se imagina que soy otra. Me toca por las noches , pero nunca me imagina sin tocarme, estoy segura. No recuerdo cómo empezó ni sé cuándo terminará.
—Sueño contigo —dijo Arturo, y quizá fue así como empezó.— Sobre todo, cuando estoy despierto —añadió, con la voz más empañada.
Charo sonrió desde arriba.
—¿Qué es lo que sueñas? —preguntó alejándose al columpiarse.— ¿Sueñas que te hago cosas o que me las haces tú a mí? —volvió a preguntar, cuando se acercaba con las piernas en alto.
A la luz de las farolas, parecíamos fantasmas, espectros, almas en pena que volvían al parque donde fueron niños, condenadas a seguir jugando sin recompensa y sin saber a qué. Helena estaba en el otro columpio; Arturo, sentado en el suelo; Marta y Miguel, en el balancín, subiendo y bajando alternativamente. Yo me había montado en el gusano verde. Es una especie de oruga con antenas que se bambolea sobre un muelle; parece una criatura del espacio exterior.
Marta sigue hablando de su ex y vuelvo a perder el hilo, a lo mejor como he perdido el ovillo de mi propia vida. Los niños se levantan y se sientan siguiendo un orden desconocido, como si recibieran instrucciones inaudibles o por telepatía. Cuando están ellos solos, ¿quién entiende los juegos de los niños?
—Te imagino desnuda —admitió Arturo.
—¿Ahora mismo, por ejemplo? —preguntó Charo.— ¿Ahora mismo me estás imaginando desnuda?
Al levantar las piernas para columpiarse, separó los muslos y se le subió un poco la falda.
—Sí, ahora mismo —confesó Arturo, y cerró los ojos.
—¿Así es como me imaginas?—Con los pezones más de punta.
Oí el chirrido del balancín sin atreverme a volver la cabeza: no quería ver a Miguel, el marido de Charo. En la oscuridad, las voces de Charo y Arturo tenían la misma resonancia amenazadora que el chorro de la fuente. Los pechos de Charo resplandecían, triangulares, enmarcados por el moreno de la piscina, como dos palabras subrayadas en una página. Al columpiarse, se movían. Ahora sí tenía los pezones erectos, tal y como se imaginaba Arturo.
—Me imagino que te paso la lengua por los pezones.
—¿Así? ¿Muy despacio? —Charo había dejado de columpiarse y tocó el suelo con los pies.
De pie, despacio, muy despacio, con las yemas de los índices, se acarició los pezones y siguió preguntando:
—¿Así es como te lo imaginas, Arturo?
—Imagino tu pezón entre mis labios —indicó él, inmóvil, y Charo se apretó los pezones con los dedos, tiró de ellos, elevando sus pechos, que luego aplastó con las palmas de las manos.
Arturo bebió un trago del tapón irrellenable y dijo, casi afónico:
—Pienso en tu coño, Charo.
Yo también. Me di cuenta de que también yo lo estaba imaginando. Seguía meciéndome en el artrópodo extraterrestre y apreté los muslos con fuerza, empujando con los riñones mi coño contra el lomo del animal fabuloso y alienígena.
—Pienso en los labios de tu coño. Imagino su palpitación. Se van hinchando y cambian de color —dijo Arturo.
Ya no oía el chirrido del balancín. Con el rabillo del ojo, vi un instante a Miguel, arriba, con los pies colgando, tocándosela con la mano. Marta, en cuclillas, hacía fuerza para mantener su asiento en el suelo y a Miguel en el aire, y se frotaba contra la madera, en silencio. En el otro columpio, absorta, sin dejar de mirar a Charo, Helena cruzó las piernas y se aferró a las cadenas. Charo se quitó la falda y las bragas, y se descalzó. Se sentó muy al borde del travesaño del columpio, apuntalando los talones en la arena y con las piernas separadas.
—Imagino mi lengua en tu coño —admitió Arturo, inmóvil, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
Sin dejar de mirar a Charo, aparté las bragas y me metí los dedos, con la mano prensada entre mi cuerpo y el lomo del insecto marciano. Contraje la vagina alrededor de los dedos y empecé a mecerme al mismo ritmo al que se columpiaba Charo. De pronto lo supe: ninguno íbamos a tocarnos, nadie hablaría, nadie se movería de su sitio. Entonces, ¿a qué estábamos jugando? ¿Quién había puesto las reglas? ¿Quién ganaba y quién perdía? ¿Acabaría alguien haciéndose daño sin querer? No me sucede siempre, pero esa noche, sí: al correrme, me aumentaron de golpe las dioptrías. Vi el parque borroso, el cuerpo de Charo desdibujado, sin contornos, y mis propias manos más pequeñas de lo que son todos los días, cuando las utilizo para acariciar a Rafa, para preparar la cena y para peinar a la niña, que no se deja quitar los "enredones", como ella dice.
—Se va a hacer de día —anunció Marta.
Miguel se limpiaba con el faldón de la camisa. Arturo sonreía. Creo que todos nos corrimos al mismo tiempo.
—Toma, Ana, cariño —dijo Charo, y se quitó el pasador de pelo y me lo dio.
Después se vistió sin mirarnos y nos fuimos cada uno a nuestra casa. Y nunca volvimos a hablar de aquella noche de junio.
Los niños se pelean otra vez. Están rendidos. Mejor: así se duermen visto y no visto. Mi hija se ha hecho daño. Para que deje de llorar, tengo que prometerle una chocolatina. Está oscureciendo. De entre las sombras, vemos surgir la silueta de Miguel, el marido de Charo, con su maletín inmobiliario en la mano. Saluda con la cabeza. Es la señal convenida.
—Ya va siendo hora, es casi de noche —sugiere Marta.
—Vamos yendo, sí —dice Arturo.
Recogemos las bolsas de la compra, las mochilas, las botellas de agua y los críos, a los que hay que llevarse a rastras. No sé para qué he conservado todo un año el pasador de pelo. Es como si aún tuviera la esperanza de poder usarlo como el detonador de una voladura controlada, deliberada, una explosión que haga saltar por los aires mi vida, mi matrimonio, todos mis recuerdos, las bolsas del Dia, la mochila de la niña, las abominables zapas de Rafael y hasta a mí misma, la madeja que soy y de la que ya he perdido el hilo. Nos despedimos en el centro de la plaza, hasta mañana, otro día igual a hoy, otra tarde en el parque redondo como una noria.
Clip-clap, abro la horquilla dentro del bolsillo y veo la plaza de noche. Ando descalza sobre la arena y estoy desnuda. Como una corriente de agua, suena en la oscuridad la voz de Arturo, que me dice al oído: "Te imagino, Ana, te estoy imaginando ahora mismo". Me quito el pasador del pelo y se lo ofrezco. Parece que fuera un ramo de novia, porque todas mis amigas extienden las manos para recibirlo.
Rafael Reig (BLOG - Twitter - Facebook), "Plaza de Olavide: exterior noche", en: VVAA, 10 Cuentos eróticos. Suplemento al nº 108 de Quo. Año 2004.
*** Biografía del autor: http://hotelkafka.com/profesores/rafael-reig
Actualmente dirige el área de lectura de Hotel kafka y ejerce la crítica literaria en el suplemento cultural del ABC, "ABC de Las Artes y de las Letras".
*** Última novela publicada:
"Un libro ambicioso, atrevido, brillante, gamberro que acerca al autor unos peldaños a Thormas Pynchon" - Gonzalo Garrido (CLICK)
Todo está perdonado
(Premio Tusquets de Novela)
SINOPSIS:
Laura Gamazo, hija de un próspero empresario, muere por envenenamiento el día de su boda en el Ritz. Su padre, Perico Gamazo, recurre a Antonio Menéndez Vigil, agente de inteligencia retirado y protegido suyo, para que aclare el caso con la colaboración del detective Carlos Clot. Menéndez, que inicia su investigación pendiente de los partidos de la selección española en la Eurocopa de 2008, sabe que Laura es la última descendiente de una familia poderosa que conoce bien, y no puede evitar hacer el recuento de setenta años de historia reciente: desde el padre de Perico, Gonzalo Gamazo, marqués de Morcuera, que forjó su círculo de amigos en las cárceles republicanas, en plena guerra civil, hasta sus descendientes, Laura y su hermano Ignacio, hijos de la Transición. Las pesquisas policiales, en busca de intereses o culpas, acaban entreverándose necesariamente con la historia de una familia emblemática de quienes ganaron la guerra y se aseguraron de que sus hijos ganaran también la paz.
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Ya te lo dije, este Rafael es un crak, es un maestro. Ha sido genial este relato erótico, y ha sido muyyyyy erooooooóticooo. Besos señorita erótica.
ResponderEliminarLa verdad es que Rafael me ha sorprendido gratamente, Loli. :)
ResponderEliminarMe gustó mucho este relato cuando lo leí por primera vez y, ahora, al releerlo varias veces antes de publicarlo en este blog, aún más. Es diferente a lo que me había encontrado con anterioridad. Me alegro de que Rafael haya sido tan amable de permitirme mostrároslo en este espacio pues, además de no ser uno de sus textos más conocidos, es algo complicado de encontrar para su lectura.
Muchos besos, señorita gamberrita.
XD
Uffffff, he de reconocer que casi me he puesto imaginando la escena.
ResponderEliminarEs tremendo, como compagina la visión de la realidad, del ahora y los recuerdos de una noche loca y deseada mil veces más. Tiene textura, casi se palpa con los dedos lo que describe. Es sensacional como refleja una noche de deseos surgidos de la imaginación de cada uno, de disfrutar sin contacto físico pero sí emocional, porque eso es lo más extraordinario, todos disfrutan de los demás pero nadie se apodera, se hace dueño de nadie. Lo veo como un cuadro en el que el marco (la realidad diaria) es plano, aburrido, sin color, pero sin embargo rodea un lienzo lleno de sensualidad, emociones a flor de piel y sentido del otro como ser deseado. Una maravilla.
Gracias "L" por compartir cosas como esta, por abrirnos los ojos a nuevas experiencias, y por hacer que la literatura pase a un grado superior fuera de los estereotipos habituales.
Miles de besos para que los repartas por todo tu ser.
Sabes creo que aun siendo un relato de ficción,puede llegar a ser muy real.Esas reuniones que tenemos los padres-madres en los parques.
ResponderEliminarMe ha sido muy grato leerlo.
Besos desde el alma.
La primera vez que lo he leído me ha hecho llorar, sin lágrimas ni mocos, más hondo; la segunda sonreír; y la tercera... Ya veremos, jajaja.
ResponderEliminarPrecioso cuento sin fin. Me llevo el clip-clap en el bolsillo por si a alguien que conozco le hiciera falta.
Gracias *L*. Hoy, besos etéreos, sin carne. :)