MERCEDES ABAD - Ligeros libertinajes sabáticos








     Todos los sábados la señora Johnson organizaba una fiesta deliciosa.
     Los amigos del señor y la señora Johnson acudían gustosos a las deliciosas fiestas que la señora Johnson organizaba todos los sábados.
     Entre los enemigos del señor y la señora Johnson se rumoreaba que las fiestas que la señora Johnson organizaba todos los sábados eran un tanto libertinas.
     La señora Johnson lo sabía y sonreía divertida.
     Las murmuraciones no impedían que la señora Johnson siguiera organizando sus deliciosas fiestas de los sábados.
     A las deliciosas fiestas de la señora Johnson acudían casi siempre los mismos invitados: los señores Ferguson, los señores Smith, los señores Robertson, los señores Adams y la viuda del señor Peterson, que en paz descanse. Todos los invitados que acudían regularmente a las deliciosas fiestas de la señora Johnson eran encantadores. El hecho de que el señor Peterson hubiera muerto no significa que no fuera un individuo encantador.
     Antes de estar muerto, el señor Peterson acudía a las deliciosas fiestas de la señora Johnson. Ahora que el señor Peterson había fallecido, la viuda del señor Peterson acudía a las fiestas de la señora Johnson acompañada de su canario.
     El canario llegaba a las fiestas de la señora Johnson en el interior del escote de la viuda Peterson, con el pico asomando entre los dos senos prominentes de la viuda Peterson y deleitando los oídos del resto de los invitados con la belleza yla armonía de sus trinos.
     La viuda Peterson aseguraba que su canario sólo cantaba cuando se hallaba en el interior de su escote. La viuda Peterson mentía y el resto de los invitados lo sabía.
     El hecho de que la viuda Peterson acudiera a las deliciosas fiestas de la señora Johnson en compañía de su canario se interpretaba como una señal de duelo y de respeto hacia el difunto señor Peterson.
     Se sabía que la viuda Peterson se había jurado no sustituir nunca al canario por ningún otro pájaro. Éste era el definitivo.
     Todos admiraban la abnegada fidelidad de la viuda Peterson. Desde que su esposo había muerto, no había cambiado ni una sola vez de canario.
     En las deliciosas fiestas de la señora Johnson, siempre se respetaban determinadas tradiciones: durante la cena, la señora Adams se colocaba junto a la viuda Peterson; la señora Ferguson y el señor Smith se sentaban côte à côte, frente al señor Ferguson, y las señoras Robertson y Smith se refugiaban en un extremo de la mesa y lo más lejos posible de sus respectivos cónyuges.
     Los hijos de los señores Johnson no participaban nunca en ninguna de las fiestas. Los hijos de los señores Johnson consideraban que las fiestas que su madre organizaba todos los sábados eran ligeramente aburridas. Los hijos de los señores Johnson preferían encerrarse en sus habitaciones. Los hijos de los señores Johnson jadeaban y gemían muy fuerte mientras se hallaban en sus habitaciones. Todo el mundo sabía lo que ocurría en las habitaciones de los hijos de los señores Johnson. Todos los invitados miraban compasivamente a los señores Johnson. Todos ellos sabían que los señores Johnson sólo toleraban lo que ocurría entre los hijos de los señores Johnson los sábados por la noche. Nunca entre semana. Los invitados comprendían perfectamente la actitud de los señores Johnson.
     Afortunadamente todos los hijos de los señores Johnson eran varones, y los señores Johnson no tenían que pensar en el problema de los anticonceptivos. Era un verdadero consuelo para los señores Johnson.
     Todos los sábados, después del primer plato, el señor Robertson se disculpaba azoradamente ante el resto de los invitados y se retiraba de la habitación. Pero no abandonaba la casa de los señores Johnson. Todos sabían lo que hacía el señor Robertson. Todos seguían comiendo y bebiendo.
     La despreocupación acerca de las actividades de los demás era otra de las tradiciones que se respetaban en las deliciosas fiestas que organizaba la señora Johnson. Si de vez en cuando se oía algún gemido procedente de las habitaciones de los hijos de los señores Johnson, todos los encantadores invitados de los señores Johnson se ponían a masticar ruidosamente hasta lograr que los gritos de placer pasaran inadvertidos.
     En las deliciosas fiestas de la señora Johnson imperaba la discreción. El tono de las conversaciones era amable, distendido, modélico.
     Durante el segundo plato, el señor Smith pasaba cinco minutos mirando fijamente y sin parpadear el encantador escote de la señora Ferguson. La señora Ferguson se sacaba una de las tetas del escote y le permitía al señor Smith que la acariciara durante otros cinco minutos exactos.






Luego la señora Ferguson miraba con actitud culpable hacia su esposo, pero el señor Ferguson estaba profundamente dormido sobre la mesa. Entonces la señora Ferguson se levantaba y, henchida de súbita pasión conyugal, se dirigía hacia su marido, lo besaba ardientemente en la boca, éste se despertaba, correspondía amablemente al beso de su esposa y la comida proseguía con toda normalidad.
     Pero durante el resto de la velada la señora Ferguson sufría enormemente porque su marido no era celoso. Todos los invitados compadecían a la señora Ferguson, menos el señor Smith. El señor Smith estaba seriamente resentido con la señora Ferguson porque ella no le permitía ir más allá de su teta derecha. Ni siquiera le había dejado ver la izquierda.
     La señora Johnson ofrecía todos los sábados una fiesta deliciosa. La señora Johnson era una estupenda cocinera. La deliciosa crema de café con frutos secos triturados y chocolate que la señora Robertson se empeñaba en comer en el interior de la vulva de la señora Smith era una de las especialidades de la señora Johnson.
     La señora Smith siempre consentía.
     La señora Robertson desaparecía bajo la mesa para comerse los postres. Nadie espiaba la expresión del rostro de la señora Smith mientras la señora Robertson se alimentaba en su coño.
     En las deliciosas fiestas de la señora Johnson imperaba la discreción. Pero todos los invitados sabían que a la señora Smith le encantaba lo que la señora Robertson hacía en su coño.
     Cuando la señora Robertson acababa su deliciosa ración de crema de café con frutos secos triturados y chocolate, volvía a sentarse en la mesa junto a la señora Smith y formulaba verbalmente su extrañeza ante la ausencia del señor Robertson.
     Todo el mundo sabía lo que estaba haciendo el señor Robertson, pero todos ellos fingían compartir la extrañeza de la señora Robertson.
     La señora Robertson proponía invariablemente que registraran la casa en busca del señor Robertson.
     Como en las deliciosas fiestas de la señora Johnson imperaban la solidaridad y el compañerismo cordial, todos se precipitaban a buscar al señor Robertson.
     El señor Robertson los esperaba ansiosamente.
     Todos lo sabían.
     Lo encontraban siempre en la sala de billar, intentando empujar las bolas con su polla. El señor Robertson tenía un falo de casi cuarenta centímetros de longitud. El señor Robertson sufría enormemente porque su esposa era lesbiana y amaba a la señora Smith. La señora Smith también sufría porque se sentía culpable.
     Al señor Robertson lo único que le gustaba realmente era exhibir su miembro y jugar con él al billar.
     Nadie se asombraba al contemplar el desmesurado miembro del señor Robertson. La única persona que parecía preocupada al ver la polla desnuda del señor Robertson era el señor Adams. El señor Adams se acercaba al señor Robertson, se sacaba su propio miembro de los pantalones, lo comparaba conel del señor Robertson y se echaba a llorar desconsoladamente.






     La señora Adams nunca estaba allí para calmarlo.
     Todo el mundo sabía donde estaba la señora Adams.
     Cuando decidían ir en su busca, daban unas cuantas vueltas infructuosas por la casa. El señor Adams lloraba cada vez más fuerte. Todos sabían que sólo la señora Adams podía consolarlo.
     Cuando hallaban a la señora Adams en el jardín, la viuda Peterson descubría que había perdido a su canario.Todos miraban hacia el escote de la viuda Peterson. El espacio que separaba los dos senos prominentes de la viuda Peterson ostentaba un doloroso vacío.
     Entonces todos los invitados oían un trino procedente del interior de la señora Adams y diez pares de ojos clavaban sus miradas en la señora Adams.
     La señora Adams se sacaba un canario del interior de su vulva, lo entregaba a su propietaria y corría arrepentida a consolar al señor Adams. El señor Adams aceptaba sus mimos. El señor Adams olvidaba la polla del señor Robertson.
     El señor Robertson olvidaba el tamaño de la suya, corría un tupido velo sobre la homosexualidad de su esposa, la abrazaba ardientemente y se despedía del resto de los invitados y del señor y la señora Johnson.
     Todos empezaban a olvidarlo absolutamente todo, y el señor y la señora Johnson recibían orgullosos los agradecidos comentarios de sus invitados acerca de lo deliciosa que había sido la fiesta.
     Cuando todos los invitados se habían marchado ya, el señor y la señora Johnson fumaban juntos un último cigarrillo mientras planeaban la fiesta del siguiente sábado.
     El señor y la señora Johnson subían después a sus habitaciones. Al llegara la puerta de la habitación del señor Johnson, la señora Johnson obsequiaba a su marido con un beso resignado.
     El señor Johnson siempre había sido impotente.
     La señora Johnson siempre lo había sabido.
     La sonrisa de la señora Johnson era tan deliciosa como las fiestas que organizaba todos los sábados.
     Los hijos de la señora Johnson no eran hijos del señor Johnson. Los hijos de la señora Johnson sólo eran incestuosos por parte de madre.
     Los hijos de la señora Johnson lo sabían.
     Los hijos de la señora Johnson esperaban ansiosamente las noches del sábado.





Mercedes Abad, Ligeros libertinajes sabáticos. 1986. Tusquets Editores - Colección Sonrisa Vertical.

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2 comentarios:

  1. jajjajajaja que bueno. Hace falta leer cosas así a menudo. Besitos.

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  2. Maravilloso, jejeje, hay que ver lo que da de sí una cena con amigos...
    Eso sí, ante todo hay que guardar las formas, jejeje.

    Muy bueno, eres geniaaaaaaallllll.

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