—Espere, que aún no he terminado —suplicaba azorado Ricardo, procurando zafarse a codazos de aquel policía que intentaba colocarle las esposas.
Ni la corpulencia del agente, ni los años de experiencia adquiridos trabajando en la patrulla especial, impidieron que su rostro fuera perdiendo color hasta palidecer por completo. Su compañero ni siquiera pudo pasar del umbral de la puerta; le dio el tiempo justo para hacer una mueca de asco, agachar la cabeza y vomitar allí mismo.
Ya en la sala de interrogatorios de comisaría Ricardo frotaba una y otra vez sus enrojecidas muñecas al tiempo que pedía un vaso de agua.
—Tenga. Beba un poco y responda a mi pregunta, que es la primera que le van a hacer: ¿no se daba cuenta de nada? —le preguntó entre aturdido y asombrado el abogado de oficio que le asignaron para asistirle.
—¿Darme cuenta de qué? —respondió el detenido— ¿Dónde han llevado a Adelina? ¿Me dejarán verla? Dígame por qué no me han dejado darle un beso en los labios.
El letrado hizo un gesto de negación con la cabeza al tiempo que mandaba pasar a la psicóloga a la sala.
Al día siguiente en la panadería del barrio no se hablaba de otra cosa. María, la vecina del segundo izquierda del mismo portal, informó de lo ocurrido a todos los allí presentes mientras recogía los céntimos de las vueltas y se los guardaba en el delantal.
—Pues sí. Fue la Glori quien se dio cuenta del mal olor que salía de la ventana de su casa. Estaba tendiendo los buzos de su Benito en el patio interior y casi se desmaya, la pobre. Llamó varias veces a la puerta de la Adelina para ver si se habían olvidado otra vez de sacar la basura, pero nadie contestó. Bajó entonces al portal y, tras ver el buzón a tope de propaganda, pensó que a lo mejor les había pasado algo. Ya sabéis, con lo mayores que están... Total que, cogió el teléfono, llamó a la policía y se encontraron con todo el pastel. El Ricardo estaba tirándose a la Adelina y resulta que la pobre estaba ya más blanca que la pared de mi terraza. Llevaba muerta desde hacía una semana!!!
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Joer...
ResponderEliminarUps, es terrible, me dejas en blanco niña
ResponderEliminarBuen fin de semana, besos linda
Ni la muerte conseguia separarle de ella. Que obsesion, el hombre.
ResponderEliminarMe han gustado los diálogos y todo lo demas :D
Que bueno que ya estes de vuelta.
Besos para ti y un abrazo para el tecnico que reparo el ordenador (si no se ha pasado con la factura).
Hola "L". Recien pudimos subirte a la lista, disculpa. Vos que nos ponés colorados.... no podías faltar.
ResponderEliminarsaludos x 2
Vaya con el Ricardo, como están las cabezas... y que haya "elementos" asi :(
ResponderEliminarTremendo!
Un beso.
Desde luego el Ricardo se lo tiene que hacer mirar, a lo mejor no distinguía el color gris-ceniciento de la Adelina muerte, pero no notar que algo no olía demasiado bien, ¡ufff!
ResponderEliminarUn relato crudo.
Un abrazo
Uff que final, y lo peor es que el tipo lo tomaba como algo normal.
ResponderEliminarY bueno hay mentes para todo en este colorido mundo.
Un beso.
Hay locos que no ven más realidad que la que deliran!
ResponderEliminarBuena historia.
un abrazo juevero.
¿COLORES? Yo le quitaría la "C" y lo dejaría en "OLORES".
ResponderEliminarPor lo demás supongo que sí.
Abrazos
¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?
ResponderEliminarLa realidad es del color que más le guste a cada cual.
Salu2.
De ideas fijas el amigo Ricardo. Tal vez nunca la vió como algo vivo, sino simplemente como un cuerpo que poder utilizar. Si no la veía como algo vivo, tampoco la veía como algo muerto. Tan solo como ese oscuro objeto del deseo, de su deseo. Claro que tal vez todo era consecuencia de la vejez y la senilidad. Color blanco pálido-cadaver el que predomina en tu relato necrofílico.
ResponderEliminarUn abrazo.
jajaja después de leer a Alfredo con su comment , olvidé que iba a decirle!
ResponderEliminarLa necrofília es una patalogía, algo que viene de siempre, muy negroooo me lo has puesto.
ResponderEliminarBesitos luneros.
...con su blanca palidez... ah... por ahí iba la cosa, ajjaja
ResponderEliminarbesotes