Decidió faltar a clase para disfrutar del primer día de sol primaveral. Encendió un cigarrillo y se recostó sobre la enorme rueda de goma que hacía de base de uno de los columpios del parque de juegos, que estaba desierto a esas horas. Su larga cabellera castaña bailaba rozando el asfalto al compás del movimiento oscilante del suave balanceo, al tiempo que su falda de colegiala se iba remangando poco a poco dejando al descubierto sus púberes muslos.
Cerró los ojos y se centró en adivinar cada uno de los sonidos de la naturaleza que iba percibiendo: el dulce trinar de los pájaros posados sobre las ramas de los árboles, el peculiar e incesante canto de un grillo, el relajante chapoteo del agua de la fuente... Solo se le resistió un sonido. Imaginó que se trataría de algún pequeño animal zarandeando con descuido las tiernas hojas de los setos del jardín cercano.
El voyeur procuró ahogar los gemidos mientras se corría.
El voyeur procuró ahogar los gemidos mientras se corría.
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