***Si hay un libro con el que he disfrutado como una enana este verano, ha sido éste. No os voy a contar nada de la trama. Sólo os diré que se lee rapidito, que está muy bien escrito e hilado el argumento, que me mantuvo enganchada de principio a fin y que me lo llevaba conmigo fuese donde fuese. Así está el pobre: con pinta de "usado" e incluso con arena entre sus páginas. O__O
Precisamente fue en la playa donde se me ocurrió hacer una foto con el libro pues la página de Facebook de La Piel del Camaleón (CLICK) está repleta de fotos de lectores junto a un ejemplar del mismo. Algunas de ellas, originales a tope. Ya sabéis que yo, siempre que me es posible, me apunto a un bombardeo, así que mi foto también está allí. Ésta que os pongo a continuación, junto a un lema que se me ocurrió, fue mi aportación a "la causa". ^_^ Tuneé la imagen con intención de que imitara a un fondo marino...
"En ocasiones pescas buenos libros.
Otras veces buenos libros te pescan a ti"
Os muestro un fragmento de La Piel del Camaleón, pues la autora me lo ha permitido (¡¡¡GRACIAS, Yolanda!!!). Había otros que encajaban a la perfección en este blog. Sin embargo, me decidí por éste. Si os gusta (aunque el libro en sí no sea de temática erótica) y os apetece haceros con él, lo encontraréis en las librerías (bajo petición también, como lo hice yo), así como en formato electrónico (CLICK).
Ah!!! Y, como no sabía bien qué foto(s) escoger como acompañamiento al texto, me he decantado por una en la que aparecen mis piernas/pies apoyados sobre el ejemplar, que hice justo cuando finalicé su relectura para escoger precisamente el texto que os muestro a continuación.
No seáis muy críticos con mis extremidades, eh? Que a mí me gustan mucho!!!
:)
Lucrecia le mira, con los ojos llenos de pasión y de miedo. Él la abraza, y como aquella vez, esa vez sí que pudo evitarlo, la lleva a su cama. Se desnuda mirándole a los ojos. Aunque él ya la ha visto así, siente vergüenza, porque no es la esperanza lo último que se pierde, es el pudor. La acuesta. Besa su cuerpo. No besa sus labios. Se aloja de rodillas entre sus piernas y, con un aplomo casi insultante, coloca un preservativo en su pene erecto, sin un titubeo, sin dejar de clavar sus ojos en los de ella, que tiembla ante la idea, ante la inminencia de lo inevitable ya.
Robert penetra, ella gime. Él acaricia su cara, besa sus ojos crispados, consolando ese momento abrasador. Y luego sigue, entra de nuevo, lentamente. Ella pasa suave la palma de la mano a lo largo de esa espalda masculina, aprendiendo el declive hasta su cintura, disfrutando de ese valle, esa inquieta depresión en la orografía de su cuerpo. Se detiene ahí, justo en ese lugar aterciopelado y caliente, y extiende la mano, abre sus dedos. El meñique está en el comienzo de sus nalgas, su pulgar en la otra ladera. No, ladera no, ya no es tierra. Ahora es agua en movimiento continuo. Es la superficie del mar, un mar que empieza a agitarse. Lo hará mucho más antes de que esto acabe, pero ella no lo sabe aún.
Lucrecia siente que su cuerpo le rechaza, quiere que salga y sin embargo le abraza, le desea, quiere atravesar su piel, tocar sus músculos, sus huesos, contar sus vértebras, acariciar sus órganos dentro de la untuosidad de su sangre. Pero no puede. Es impenetrable.
Aumenta el ritmo. Lucrecia aprieta las nalgas de Robert contra sí para evitar el roce de su miembro ígneo, incendiario. Pero no puede. Es implacable.
Intensifica sus movimientos. Intensifica el dolor. Intensifica el placer.
Ella, que había cerrado los ojos, vuelve a abrirlos y se encuentra de frente con su rostro, tan cerca; su mechón de flequillo, acariciándola, sus ojos cerrados, sus labios... Lucrecia eleva su boca, quiere besarle; pero él incorpora su torso y agarra los barrotes de la cama con las dos manos. Sigue embistiendo, cada vez más fuerte. Ella jadea, intenta sujetar sus caderas. Pero no puede. Es incontenible.
Lucrecia ve el cuerpo de Robert encima de ella, iluminado por el reflejo de una farola exterior que define el rigor de su tórax y la tensión de sus brazos. Se propulsa, se dispara hacia ella, una y otra vez, torrencial. Lucrecia se queja, grita, empuja su pecho. Él, inclemente, sigue haciéndolo, haciéndoselo. Y ella, en ese momento, por un momento, logra acceder. Entonces, su tacto se vuelve seco, su sabor acre y ya no huele a limpio y a Loewe, sino que tiene ese extraño olor de las pieles heridas. Ve a Robert, pero no es el hombre pujante y poderoso que la penetra, sino un niño muy pequeño que agarra exasperado los barrotes de su cuna, que con su llanto irritante pide y espera, espera y desespera una presencia, que reclama enfurecido el placer, el remedio contra el dolor que causa el síndrome de abstinencia neonatal.
Robert sale de Lucrecia, ahuyentado. De repente, ha vuelto en sí y ha sido consciente de lo que estaba haciendo. Jadea despavorido. Se pone en pie, descentrado, con su pene aún erecto. Se sienta en el sillón que hay allí al lado de la cama, con las piernas abiertas. Retira el condón vacío. La mira arrepentido, intentando aplacar su instinto anhelante, que arde aún demasiado vivo, que no ha sido satisfecho. Ella sigue tendida, con las manos sobre el sexo, con la extraña sensación de querer aliviarlo de la quemazón y, a la vez, reconfortarlo por la pérdida. Cuando se calma, se acuesta de lado y mira a Robert hasta que el sueño la rinde. Él se queda allí, desnudo, corregido por sí mismo, y la contempla toda la noche.
Yolanda Regidor, La Piel del Camaleón, Editorial Arcopress, 2012, pp. 120-121.
ISBN: 978-84-96632-82-0
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Obra que te prende y pone, atrapa y presa entre sus paginas sin dejarte escapar hasta que terminas satisfecho con el único deseo de volver a comenzar. Como muestra tan solo este fragmento que compartes.
ResponderEliminarLa pasión de vida se muestra no solo en su obra, sino en cualquier idea, imagen o letra que de ella encuentres. Mujer fuerte, de fuego y miel, inteligencia inquieta, sangre roja de ideal y valor que disfrutaras reflejada en este libro.
Coincido contigo, un libro que te pesca.