(...)
La monogamia, los celos y el celibato matan gente, que yo ande despelotada por ahí, que me guste que me zurren de vez en cuando en la cama o que a veces no me apetezca definirme ni como hombre ni como mujer no mata a nadie, ni siquiera haría daño si no fuera por la cantidad de mierda que nos meten en la cabeza, si muchas personas no se hubieran creído eso de su derecho a no ver y se preocuparan más por vivir sus vidas y dejarnos a lxs demás vivir las nuestras.
NUESTRO SEXO ES UN ARMA CARGADA DE MERCURIO
«Cuando ya nada se espera personalmente exaltante
más se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
ciegamente existiendo, fieramente afirmando
como un pulso que golpea las tinieblas.
[...]
Porque vivimos a golpes, porque apenas sí nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno,
estamos tocando el fondo».
GABRIEL CELAYA, fragmento de
La poesía es un arma cargada de futuro
TENGO VENENO ENTRE LAS PIERNAS. Nervio me atraviesa entera, convulsiona mi pelvis y mis vértebras y se parte donde yo me parto y se rompe cuando follo y vuelve a rehacerse con otros nervios de su calaña. Mi entrepierna es tóxica. Como un insecto que ha desarrollado colores que matan para ahuyentar a los depredadores, se alza mi clítoris colorado y feroz; como un gato o un simio que se alinea en punta al enemigo y se eriza entero, mi cresta se alza ante el mundo para decir, miradme, soy una hembras que podría despiezarte, soy un macho que podría suplicarte una caricia. Soy hermafrodita mental.
Y en el principio yo era solo carne viva, desprotegida, expuesta... Pero mi piel se ha ido llenando de acontecimientos que le otorgan la capacidad de ser coraza sin dejar de ser sensible, el poder de ser frontera sin dejar de ser penetrable.
Me curtieron los cuerpos de mis amantes y su bendito sudor, la lluvia ácida, la epilady y la gillette, los latigazos de quienes me supieron maltratar con tanto amor, las ropas que tanto me hieren cuando las llevo por obligación y no por abrigarme, las miradas réprobas, de odio, de incomprensión.
Mi piel es un milagro de la cibernética y de la prótesis. Y mi carne vive dentro de ella para darle contenido, y mis fluidos viven dentro también aunque a menudo la desbordan.
El enemigo quería que mi piel fuera una celda donde tenerme siempre bajo la más estricta de las vigilancias (la de mis propios ojos), pero yo he puesto flores como vulvas chorreantes entre los barrotes y no ha habido muro suficientemente resistente para contener mis deseos. Soy una celda escandalosa y molesta, irreformable. Vivo en un cuerpo-roulotte, un cuerpo-cuerpos, un cuerpo-búnker.
Y desde este cuerpo, contenedor de todas mis riquezas y recursos me alzo, y así os invito a hacerlo, porque tenemos que ser conscientes del poder que albergan nuestras sexualidades bastardas, reconocerlo para poder darle una utilidad más allá del orgasmo, de lo performativo, de lo tallerístico, lo artístico, lo poético e incluso lo político. Imprimamos en él lo bélico. Nuestras corridas son armas, son chorros de ácido corrosivo, nuestros orificios lúbricos y dilatados son barricadas o trampas de arenas movedizas, nuestros penes de carne o de plástico son misiles, nuestros dedos son balas, nuestras lenguas metralletas, nuestras tetas son granadas de mano, toda la extensión de nuestra piel es un sembrado de minas. Vamos armadxs hasta los dientes y el enemigo está ahí fuera jodiéndonos desde todos los flancos mientras yo me pregunto: ¿a qué carajo estamos esperando? Empecemos por adueñarnos de nuestros cuerpos, recuperarlos de sus cárceles de convenciones sociales, represiones religiosas y limitaciones ideológicas, por salvarlos de las torturas estéticas que no nos pongan y de la languidez de lo normativo.
Diana J. Torres, Pornoterrorismo. Tafalla (Navarra), 2011. Editorial Txalaparta.
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