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POSTDATA A LOS LECTORES: pongo aquí sólo unos cuantos fragmentos de este cuento. Como es un texto difícil de encontrar y la propia autora me ha dado autorización para mostrároslo al completo, si estáis interesados, pedídmelo por e-mail (lo encontraréis en el perfil).
AGOSTO
[Fragmentos]
(...)
Había dejado de llorar. Las cosas estaban claras, no había engaños. De vez en cuando, él le daba dinero; otras, se lo ingresaba directamente en la cuenta. Ella necesitaba muy poco para vivir; bien es cierto que tampoco trabajaba mucho, que la tesis abandonada hacía meses ya no servía de coartada para no salir de casa y que, en otras ocasiones, Gabriel, más elegante, le regalaba algo: una caja de zapatos con dos escarpines escarlata, un colgante muy sencillo, un libro de arte con el que ella se entretenía cuando recordaba que lo tenía. Había dejado también de salir con sus amigas, de ir de compras, de pasear cuando se sentía triste. Una vez cada dos o tres días, se arrastraba hasta el supermercado, y en el espejo del portal la sorprendía su mirada huidiza, el pelo amarrado en la nuca de cualquier manera, el cuerpo cada vez más delgado y vulnerable. Se gustaba, y sentía que gustaba. Los hombres se sentían fuertes cuando se veían obligados a protegerla.
Añoraba a Gabriel hasta la furia, y cada mañana, su ausencia la golpeaba hasta dejarla casi inconsciente. El primer segundo de lucidez, antes de abrir los ojos, era de júbilo, de la incredulidad exaltada de saberse viva. Después, llegaba la certeza de la cama solitaria, la extensión enorme a su derecha sin Gabriel, y la cuenta. Una noche más sin él, sin nada, por lo tanto. Se levantaba abrazándose, como si sintiera frío, y ya sabía que ese día transcurriría similar al anterior, aguardando el teléfono, pendiente de cada sonido del móvil, especulando sobre las excusas y las mentiras que quizá le había contado. Bajo la ducha, el pelo le colgaba pesado sobre la espalda, y recordaba las veces en que él se había duchado en ese mismo lugar, mientras ella le observaba desnuda desde la cama.
(...)
Cuando él estaba lejos, el olor de su propia piel le resultaba casi insoportable. Se lavaba continuamente, probaba perfumes neutros, desterrados del almizcle, la vainilla y el ámbar, alguno con notas cítricas y limpias, olor a inocencia, a bebé. Entre sus piernas apretadas se encontraba una cadena de recuerdos, y no deseaba liberarlos.
(...)
Le constaba que Gabriel no la engañaba, que hacía años que no se acostaba con su mujer, y eso le resultaba aún más incomprensible. A ella, en las tardes de abandono mientras esperaba que anocheciera, le palpitaba la garganta, y se le entrecortaba el aliento con sólo evocar el momento en que las piernas de Gabriel se entrecruzaban con las suyas. Mientras él elegía un par de tapas en una terraza, a ella se le iba la mirada a su pubis. Cuando se daba cuenta, la avergonzaba parecer ansiosa, y se pasaba la mano por la cara y por el cuello, intentando relajarse. Él, sin prisa, sin pasiones aparentes, le preguntaba por cosas banales, y a ella le costaba mantener la calma y responderle con la misma serenidad. Quizá era porque él tenía su trabajo, algunos amigos, una casa con problemas y dos hijos pequeños, una vida y una agenda; y ella, no. A ella le quedaban las horas vacías, el deseo insatisfecho, el calor que empapaba su camisón corto cada noche y la esclavitud de una rutina que no sabía romper.
Nada le importaba. Ni siquiera estaba segura de continuar enamorada de él; le bastaba con sentir el contacto de la piel, el presagio de la invasión en su carne para que su mente quedara en blanco y las manos se movieran solas hacia los lugares precisos. En silencio, sin demasiada prisa, sentía que el semen corría dentro de ella y la calmaba como si se inyectara un tranquilizante. Aquella sed imprecisa cesaba, aquella confusión constante la abandonaba y regresaba el sueño, aunque cada vez la calma durara menos y los encuentros se distanciaran más.
Los pájaros aleteaban, lloraban en el aire, y Elena cerraba la ventana con un pie, aún tumbada sobre el sofá. Entonces sonó el teléfono. Tendió la mano, y escuchó su voz. Algo le ardía en el estómago, gritos acumulados, el recuerdo lejano de que habían existido otros veranos junto a la piscina, en bikini y bajo el sol, y las miradas de algunos admiradores; otros juegos, otras miradas. Gabriel no se disculpó; nunca lo hacía, daba por hecho que ella estaba tan ocupada como él, que eran dos vidas que de vez en cuando se entrecruzaban, escapaba de la idea de vivir para alguien, de los excesos del amor. A Elena le hubiera gustado que se disculpara, aun sin saber muy bien por qué. Como siempre que le oía, se le olvidaba pensar, y rabiaba por verle, por hundir sus manos en su pelo y morderle la nuca.
(...)
Cuando el pitido sustituyó la voz de Gabriel, su mano permaneció en alto, próxima a su oído, mucho tiempo más. Poco a poco, sintió de nuevo el resto de su cuerpo, el rostro enrojecido, las piernas entumecidas por la presión, el corazón como una llamarada. Devolvió el teléfono a su lugar, reclinó la cabeza sobre el respaldo del sofá. Los pájaros ya no volaban, y se había hecho completamente de noche.
Espido Freire (WEB - Facebook): "Agosto", en: VVAA, 10 Cuentos eróticos. Suplemento al nº 108 de Quo. Año 2004.
*** Biografía de la autora: http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/espidoweb/bio.htm
Último libro publicado:
La flor del Norte
(2011)
Novela histórica que nos descubre la desgarradora vida de Kristina Haakonardóttir, la joven princesa de Noruega convertida a la fuerza en infanta de Castilla al desposarse con don Felipe, hermano de Alfoso X El Sabio. Kristina partirá desde sus frías tierras del norte en un viaje hacia Castilla para acabar, fi nalmente, en una Sevilla que comienza a florecer y que le sorprende con costumbres, colores y sensaciones nuevas para ella. Pero todos sus descubrimientos estarán impregnados de sufrimiento y agonía por un destino inevitable a la que su misteriosa enfermedad la conduce. La pobre Kristina morirá traicionada y repudiada lejos de su hogar, entre un pueblo que siempre la vio como la Extranjera.
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ya no te escapas...espero.
ResponderEliminarUna relación, el compromiso suficiente, no hay ataduras que acaben con el sueño... Todo perfecto, o casi. La añoranza es un bien escaso en estas situaciones, pero ¿y cuándo está ahí?, ¿qué hacemos con ella?. A veces es más duro esperar cuando no hay contratos de por medio...
ResponderEliminarPersonalmente puedo sentirme identificado en ambos papeles, mi corazón ha estado, o está, a ambos lados de la cama y de la puerta.
Gracias por hacer que nos impliquemos con los textos que eliges.
Un saludo para tí y otro para Espido por hacer que nuestros corazones sigan respirando
Uyyyyyyy, cómo ha sonado esoooooo, Morgana, jajaja...
ResponderEliminarBesitos, guerrera.
Graias a ti, Rain, por ese pedazo comentario que has dejado en esta entrada. El primero de tus párrafos engloba parte de lo que me vino a la cabeza tras leer el cuento. Faltaría quizás un puntito crítico hacia esa dependencia y ese "dejarse morir" en vida por el amado que, por otra parte, no está ahí para ella siempre que lo desea. ¿No me digas que no es exagerado ni nada lo que dice de "una noche más sin él, sin nada, por lo tanto"? O_o ¿Añoranza sexual pura y dura? Si es así, con arreglarlo de manera autosuficiente va que chuta, no sé si me explico... :P Esta apreciación va unida con puntada bien fuerte a lo que comento aquí abajo.
ResponderEliminarEncuentro lo que podría ser una incongruencia: Elena dice no estar segura de seguir enamorada de él y, sin embargo, en plena conversación telefónica siente en el corazón "como una llamarada". ¿Sólo por el deseo puramente sexual o hay amor por medio?
Ale, a reflexionar se ha dicho... ^_^
Besos, Rain. Cuida ese corazoncito y procúrale una buena armadura para que no lo lastimen mucho. Ainsssss...