FÁBULA DEL CANGREJO
En las secretas ondas de Neptuno
sus miembros recreaba Glauca un día,
por huir del calor grave, importuno,
que en el ferviente julio el cielo envía;
mas, porque pocas veces goza alguno
enteramente el bien de su alegría,
los hados su placer contraminaron
¹
y un grave sinsabor le acarrearon.
Acá y allá un cangrejo discurría
buscando alguna presa que robase;
tal la halló cual yo hallar querría
cada y cuando que alguna yo buscase;
fuertemente de Glauca el malo asía,
tal que no hubo poder que le arrancase
de aquella honda sima a quien debemos
los hombres esta vida que tenemos.
Asióla del lugar más ascondido
que a la mujer le dio naturaleza;
del lugar que concede a su marido
la virgen cuando pierde su limpieza;
como el que a Eneas dio la reina Dido
cuando con él usó de más largueza;
en quien la mujer hace resistencia
y del varón por él se diferencia.
Como se vio, pasmóse y, afligida,
a su madre llamó la socorriese;
su madre allí acudió despavorida
pensando que algún mal muy grave fuese
y vio cómo en la torre defendida
entraba, sin que cosa le impidiese,
un cangrejuelo y que por la espesura
andaba por dar cima a su ventura.
Ellas a lo sacar, él a meterse;
ellas a desasirlo, y él a asirse;
ellas no saben orden que tenerse
para de tanto mal descabullirse;
él antes permitiera deshacerse
que de tan buena presa despedirse.
La madre clama y la mozuela llora
y el cangrejuelo siempre se mejora.
No de otra suerte el perro ardiente y fiero
que presa de algún toro tiene hecha,
ni puede desasirle el carnicero,
ni el toro con sus cuernos le desecha,
antes la vida dejará primero
que deje aquella presa y lid estrecha;
el toro brama, el amo tira en vano
y no por eso afloja el fiero alano.
En esta priesa estando y agonía
un mancebo parece en la ribera.
Llámenle y llega a ver lo que sería.
Ruéganle que le saque aquella fiera.
Hace mil pruebas y ninguna vía
halla para podelle echar afuera,
y, viendo el poco fruto, determina
de usar de una muy nueva medicina.
La tienta asió en la mano prestamente
el fuerte joven, diestro cirujano,
y metióla suave y dulcemente
por aquel hondo y monstroso llano
y va tras el cangrejo diligente
por darle batibarba y sacomano,
y, como es viva y fuerte aquella tienta,
sale muy bien con todo cuanto intenta.
(...)
Diose tal maña al fin que el monstruo saca
con su príapo de la gruta obscura,
y a la señora todo el mal le aplaca
con esta tan suave y nueva cura
Ella estaba como perro a estaca
en aquel acto lleno de dulzura
y así, cuando del todo fue guarida,
no quisiera la pobre ser nacida;
no por no se curar, que eso buscaba,
sino porque dejaba de curarse,
y no porque la paga se acercaba,
que así holgara mil veces adeudarse,
ni porque un caso tal la avergonzaba,
que quisiera otra vez avergonzarse,
mas porque al buen mancebo despedía,
maestro de tan nueva cirugía.
Mas al cabo forzó la voz cansada
y a la madre habló desta manera:
«No me dejéis morir de mal curada,
madre, pues no se excusa que yo muera,
que no está del todo en mí agotada
la casta que dejó aquella fiera,
que otros mil cangrejuelos parió dentro
que es menester sacarlos de su centro».
La madre, como fuese algo taimada
y en aquel menester muy entendida,
entendióle la treta delicada
y a qué fin también fuese dirigida
y da al mozo su hija bien dotada
para de todo punto ser guarida.
Y con su esposa el nuevo desposado
para sacar cangrejos se ha quedado.
Diego Hurtado de Mendoza: Poesía erótica. Málaga, Aljibe, 1995.
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¹
Contaminaron.