Ni mujeres mayores, ni exuberantes, ni ligeras de ropa, ni activas sexualmente. Con ellas sólo sufría gatillazo tras gatillazo. A él lo que le excitaba de verdad eran las jóvenes sumisas, calladas y, a ser posible, asustadizas. Y, después de lo del almohadón, maquillarlas un poquito para que parecieran vivas.
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