JOSÉ VICENTE PASCUAL - «Rezadora»




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...sólo queda este detalle, el estigma que me embrutece y me convierte a los ojos de los demás en un fenómeno, un espanto, una aparición insoportable del lado negro de la vida: feo como un pecado, dice el aserto popular, y así me ven todos, horrendo como un pecado ignominiosos, una de esas faltas mortales que llevan aparejadas como castigo el sufrir pavorosas lacras, y todo por mis manos… por mejor llamarlas: mis deformes garras que nacen a un palmo del codo, allá donde el antebrazo se dobla estrepitosamente para formar un muñón del que nacen larguísimos dedos, aberrantes en su debilidad, inútiles, apenas capaces de abrirse en un abanico tenebroso que recuerda a la sinuosa extensión de las patas de una Mantis Religiosa al acecho de víctimas, si tal como hoy me veo contemplado, por primera vez sin aprensión ni desconcierto bajo tu solemne mirada. 

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...no te miento: hubo más mujeres, poco a poco fui buscándolas al otro lado del horizonte de la cordura, traspasada esa línea de lo estético y lo noble donde nada importa más que la nitidez y la urgencia del deseo y la implacable determinación de saciarlo, olvidé a las mujeres normales, renuncié a la belleza, pero, a cambio, obtuve placer y una confortadora sensación de anonimato, sintiéndome uno más entre la sociedad de deformes: alcancé amores con una enana inglesa muy aficionada a masturbarme en salas de cine, de ópera y teatro, yo vestía como un gentleman, lo que soy en realidad, ocultando mis manos en amplios abrigos y capotes, y ella se arreglaba como una niña pequeña, una hija un poco fea pero amable que se sentaba a mi lado y no decía palabra, nada más apagarse las luces acariciaba mi bragueta con manos hábiles y sabias, extraía el miembro y comenzaba a sacudirlo con un ritmo turbador que me hacia sentir de inmediato profundas acometidas de placer, de pura pasión, y tenia la virtud esta valiosa amante de conocer muy mucho el comportamiento del viril atributo, pues cuando intuía que la eyaculación estaba próxima a llegar tiraba suavemente del prepucio, dejando unos segundos mi glande al descubierto, palpitando en la oscuridad como trémulo corazón, y en seguida bajaba del asiento, se arrodillada ante mí y recibía en su boca tibia la carnosa prominencia, sujetaba firme, ávida, con las dos manos, mi pene y mis testículos, acariciaba un instante más arriba y abajo, y yo me derramaba en aquel vaso bendito, llenaba su cara y sus labios con el semen retenido y prudentemente administrado, y gemía y ella chapoteaba entre mis muslos, el olor del esperma nos embargaba, su sabor la enloquecía, y se quedaba allí, en cuclillas, hasta el fin del espectáculo, chupando y sorbiendo, hasta que las luces se encendían de nuevo y abandonábamos la sala cogidos de la mano, como un padre y una hija…



Joel-Peter Witkin ©



Y amé a otra mujer, española, ciertamente, y amputada de ambas manos… por lo demás era perfecta: hermosos senos, labios gruesos y bien dibujados, caderas amplias y piernas largas, delgadas, infinitamente deseables… nos encontrábamos en un hotel de Madrid, junto a la estación del Norte, y jugábamos durante horas a sesiones de cosmética, ella había trabajado siendo casi una niña en una fábrica de jabones, por accidente cayó de bruces en un barreño colmado de líquidos cáusticos, frenó su desplome con las manos, lo que salvó su vida aunque provoco que tuvieran que cortarle ambos apéndices como medida higiénica para combatir la gangrena, también le quedó como recuerdo una deliciosa cicatriz en la clavícula izquierda, muy próxima al pecho que yo sentía latir bajo mis dedos flácidos cuando la acariciaba levemente, rozándola apenas, como si una casualidad hubiese unido el contacto con el deseo misterioso y encubierto de dos desconocidos… 


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...tuve relación con una griega jorobada, coja y medio calva, que sólo se dejaba poseer por la parte trasera, eso sí, con frecuencia inusitada, argumentando que una compañía de soldados turcos la había raptado en su primera juventud, y que la habían forzado de tal manera, tan brutalmente y en tan repetidas ocasiones, que su asolada vagina había quedado inservible para el amor, nunca creí esa historia, más bien me inclino a pensar que los turcos la habían iniciado galanamente en el vicio del enculamiento y ella lo practicaba a todas horas por auténtica devoción… amé a una campesina búlgara que por tara genética carecía de piernas, como si alguien las hubiese arrancado de cuajo de sus caderas, era un busto bellísimo, medio cuerpo adorable cuya parte inferior mas sobresaliente, por evidencia de las leyes anatómicas, era el sexo, un coño endurecido y ralo por los muchos años que llevaba sentándome sobre él, yo encontraba inmenso goce de tomarla en brazos, como a una recién nacida, y practicarle tiernas caricias y prodigar mis besos en su hermoso rostro, sus tiernos labios, sus pezones duros y oscuros, mientras que con la otra mano, como mejor podía, hurgaba en su coño hasta hacerla gritar de placer, pasamos así muchas tardes inolvidables en mi mansión de Harbile, cerca de Sofía, hasta que la abandoné por una pobre enferma de fiebres héticas cuyas ulceraciones y agusanamientos dérmicos me volvieron loco, fui cuesta abajo, en pendiente, como puedes apreciar, cada vez buscaba más miseria física, mayor aniquilamiento, más podredumbre en cada una de mis amantes, y esa decadencia estética complacía a mi derrumbamiento, cuanto más horribles eran las mujeres a las que amaba mejor me sentía, buscaba con ansias de perversión a seres degradados, insufribles en su fealdad, atrozmente mutilados, y mi placer crecía conforme se agrandaban los estigmas y laceraciones de mis compañeras de locura…


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José Vicente Pascual: «Rezadora», en Espuma, núm. 5, Granada, 1995.
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4 comentarios:

  1. Guau, fantástico texto. Enfermizo, interesante y muy bien escrito.
    Me lo apunto.

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  2. Reconozco el valor litarario del texto, incluso la primera parte resulta divertida y algo atractiva, conforme se va desarrollando la historia, la propia descripción de los personajes/amantes hace que se forme un nudo en el estómago.

    Una historia que según como te pille te deja un poco tocado por lo descriptivo, pero que por otro lado te enseña la cara oculta de la vida, donde personas con serias dificultades para una relación normal, tal y como la entendemos, hacen de sus taras señas de identidad y asumiendolas disfrutan de la vida, el sexo e incluso el amor. En realidad es una gran enseñanza para los que nos consideramos "normales" que solemos despreciar lo distinto sin analizarlo.

    Buen texto L, aunque algún párrafo me haya revolucionado el estómago.

    Besos.

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  3. "L", el texto impresiona y muestra lo que no vemos o no queremos ver.Es un progigio literario y describe hechos que viven en la oscuridad. Saludos desde el lado luminoso del planeta.

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  4. ¿molesto?

    Por aquí estamos, chapoteando un poquillo en lo sórdido.

    ¡Fascinante relato!

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