- Lars Burmeister -
(para Dolce & Gabbana)
           Oda a Walt Whitman
                                  [Fragmentos]
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
                                                                            (...)
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel  llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del  trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas? 
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba  llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus  muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano  hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo  atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y  amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura  viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un  río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un  pequeño dolor de ignorante leopardo. 
Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo  hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los  bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las  piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los  maricas, Walt Whitman, te soñaban. 
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y  casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y  ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los  maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los  domadores. 
                                                                     (...)
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la  rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en  las llamas de tu ecuador oculto. 
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre  de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay  cuerpos que no deben repetirse en la aurora. 
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía,  agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la  guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus  queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena,  ni sagrada. 
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste  desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene  dormida por las ramas. 
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que  escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste  de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los  casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los  hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en  silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne  tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin  sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Federico García Lorca: Sonetos del amor oscuro, Poemas de amor y erotismo. Inéditos de madurez. Barcelona, Áltera, 1995. Edición de Javier Ruiz-Portella.
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